De la ignorancia al conocimiento: No todos los caminos llevan a Roma

La ignorancia en las personas tiene habitualmente una connotación negativa, pero es interesante pararse un momento a pensar en ella con otra perspectiva, ya que también puede entenderse como un poderoso catalizador para impulsar el aprendizaje y la búsqueda de conocimiento. En cualquier caso, es tan importante entender su significado y cómo afecta a nuestro comportamiento que merece la pena ser comentada.

La necesidad de prosperar o simplemente el temor a pasar por dificultades empuja a las personas a tratar de comprender los detalles del entorno en el que están para poder desenvolverse bien en él. En cierto modo esta es la razón por la que tratamos de aprender durante toda la vida; para escapar de la ignorancia.

Ser ignorante viene a ser lo mismo que no saber qué sucede a tu alrededor y cómo te afecta, algo que te puede convertir en una presa fácil de tus circunstancias o de los intereses de ciertos depredadores si te acomodas en tu área de confort y no haces nada para evitarlo.

Aun así, hay quienes tienden a abandonarse, pierden el interés por aprender y se dejan llevar; puede que no lleguen ni a ser conscientes de que eso les esté pasando y de sus consecuencias. Incluso en el supuesto de saberlo, es posible que no se atrevan a reconocerlo por temor a que los demás les juzguen por ello, algo que es un gran error.

El ser valiente y afirmar abiertamente un “no sé” o “no entiendo” sobre cualquier cuestión no debería ser percibido como algo negativo, sino como un primer paso para empezar a transformar esa ignorancia en conocimiento suficiente como para saber resolver situaciones con eficacia, o al menos para evitar ser una víctima de ellas.

Sin duda, para actuar contra la ignorancia lo primero que se debería hacer es reconocerla, pero a la mayoría de las personas no nos gusta aceptar que no tenemos ni idea de lo que nos están hablando y raro es el sujeto al que no le incomode la sensación de quedar como un idiota delante de los demás en ciertos contextos.

En esa obsesión por ocultar nuestra debilidad y mantener a salvo el apreciado ego, nos agarramos a cualquier clavo ardiendo en una especie de huida hacia adelante, como si fuese mejor transmitir una opinión y aparentar que se sabe de algo que callar y dar la imagen de lo contrario, aunque con ello corramos el riesgo de meternos en un charco.

Dicen que la ignorancia es muy atrevida, tanto es así que hay quienes están dispuestos a aceptar o incluso a defender enconadamente un posicionamiento sobre una determinada cuestión que en realidad han tomado de otros, aún sin haberla contrastado o entendido en absoluto.

Lo cierto es que las personas deberíamos tener un poco de más amor propio y preocuparnos menos por aparentar el saber mucho de lo que en realidad no sabemos demasiado o nada en absoluto, ya que no te hace ser un ignorante el hecho de reconocer que no tienes conocimientos sobre algo y que por ello prefieres ser prudente antes de asumir conclusiones; si eso fuese así, entonces todos lo seríamos, ya que nadie sabe de todo ni tiene por qué.

En realidad, la verdadera ignorancia se produce cuando nos negamos conscientemente a aprender y sobre todo a comprender correctamente lo aprendido, ya que eso impide que podamos adquirir la capacidad de tener nuestras propias valoraciones objetivas sobre un conocimiento adquirido.

Averroes fue un filósofo árabe nacido en Córdoba en 1126 y un reconocido estudioso de las obras de Aristóteles; muy respetado entre los pensadores e intelectuales de la Europa cristiana.

Él afirmaba que…

“La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, y el odio lleva a la violencia. Esa es la ecuación”.

Lo que Averroes venía a decir con esta expresión, que parece sacada de Star Wars, cuando Yoda le explica a Anakin los riesgos del lado oscuro de la fuerza, es que la falta de conocimiento o comprensión puede tener unas consecuencias muy negativas en la sociedad, ya que cuando buena parte de ésta vive en la ignorancia, tiende a ser arrastrada por el miedo y ese miedo puede acabar siendo utilizado contra ella misma para controlarla, satisfacer los intereses de otros o simplemente para anularla.

Pero una vez más, la ignorancia no es algo que se deba temer, porque forma parte de la naturaleza humana. Todos luchamos contra nuestra ignorancia a lo largo de la vida a través del aprendizaje, pero jamás lograremos superarla porque siempre habrá algo sobre lo que aprender y es precisamente una de las cosas que nos motiva a vivir.

El problema viene cuando hay un mal entendimiento del aprendizaje, ya que corremos el riesgo de aferramos a supuestas certezas que pueden ser erróneas y decidimos abandonar su análisis y comprensión. Eso pasa mucho con las ideologías políticas o con las religiones mal entendidas, sobre todo cuando se polarizan. En los tiempos que corren tenemos muchos ejemplos de ello.

En ese mal entendimiento aceptamos dogmas como si fuesen realidades incuestionables, y con ello somos capaces de desplegar extensos argumentos para justificarlos y defenderlos frente al escepticismo o la crítica de otros, cuando en realidad podría ser que hayamos sido arrastrados por una supuesta verdad que nos han impuesto aprovechando precisamente nuestra ignorancia inicial y que, por consiguiente, esos argumentos que tanto defendemos no son resultado del análisis y entendimiento de nuestro aprendizaje, sino de nuestro adoctrinamiento.

Para evitar esto, tal vez lo correcto debería ser que cuanto más nos parezca que hemos aprendido y más conocedores de algo creamos ser, más deberíamos tratar de confirmar ese conocimiento antes de establecer nuestro propio posicionamiento sobre una cuestión, ya que de no hacerlo así podríamos perder nuestro espíritu crítico y convertirnos en unas marionetas.

De hecho, esto ha sido reflejado de distintas maneras a lo largo de la historia…

La expresión Panem et circenses o como resulta actualmente más conocida: Pan y circo, se convirtió en una alusión a la ignorancia de la plebe durante la época romana, la cual era utilizada por los privilegiados del poder y por la clase política para ocultar su corrupción.

Así, los poderosos fueron construyendo sobre la sociedad un sistema de clientelismo por el que se contentaba a la gente con una donación periódica y gratuita de trigo (el panem) y se le ofrecía también el derecho de asistir a juegos y espectáculos de entretenimiento, con sus carreras de carros y luchas entre gladiadores (lo de circenses).

Con este sistema, quien tenía el poder compraba la aprobación del pueblo agradecido para seguir haciendo y deshaciendo a voluntad, sin que ese mismo pueblo fuese consciente de que estaba siendo utilizado a través de su miseria e ignorancia para beneficiar a las élites.

Esta idea basada en la anulación de la opinión crítica de la población mediante premios y soluciones superficiales a sus necesidades se convirtió en una herramienta política de control de la sociedad que siguió dándose en otras épocas y que, en cierto modo, aún se puede apreciar en nuestros días cuando desde cualquier poder se potencian determinadas propuestas populistas que solo sirven de moneda de cambio en unas elecciones o de elemento de distracción ante los verdaderos problemas ciudadanos.

En una sociedad así, la ignorancia es un caldo de cultivo muy provechoso para quienes pretenden instrumentalizar a los demás, por eso es tan importante mantener la mente abierta y cultivar el aprendizaje continuo, pero sobre todo el desarrollo de la capacidad de analizar, entender y aplicar lo que se va aprendiendo. No en vano, el hecho de poder certificar que se ha recibido una formación no garantiza que se cumplan esas tres pautas ni que lleguemos a ser objetivos en nuestros planteamientos y modo de actuar.

El mantener la objetividad en los posicionamientos y afirmaciones es muy importante para construir nuestra reputación, algo fundamental en las relaciones personales y en las profesionales.

Para ser objetivos deberíamos aprender a separar la verdad de nuestros propios sentimientos, creencias o vinculaciones para mantenernos en un espacio imparcial, donde solo se tenga en cuenta lo que sin duda es real o al menos mínimamente verificable.

Esto es algo complicado de conseguir, porque el significado de la verdad puede variar en las personas en función de sus valores, carácter o vivencias. Pero supongo que hay algunas áreas donde sí podemos establecer un punto de partida, como la honradez, la sinceridad o la bondad.

Si hay una verdadera intención de actuar sobre la base de estas pautas, creo que será más sencillo llegar a ser objetivos a partir de lo que aprendemos, sin dejarnos influir por prejuicios interesados o por esos dogmas preestablecidos a los que me refería antes.

Imagina lo que supone tener que lidiar con alguien que, en su ignorancia sobre una cuestión en debate, pretende defender planteamientos fuera de la objetividad y dejándose llevar por lo puramente emocional, ideológico o simplemente por un deseo irracional de tener razón a toda costa.

Como decía al principio, desde mi punto de vista el ser ignorante no tiene nada que ver con lo que hemos aprendido o con nuestro nivel de conocimientos, sino con lo que hemos entendido de todo ello y sobre cómo eso determina nuestro comportamiento y tomas de decisión, por ese motivo dan tanto miedo los líderes irresponsables que demuestran esa ignorancia en su manera de gestionar las situaciones.

El problema es que esa lógica en los líderes irresponsables tiene consecuencias de las que en realidad posiblemente no son conscientes, de ahí que la ignorancia no tenga mucho que ver con el nivel de poder o de titulación de la persona, sino con su capacidad de entender su realidad y de ser objetivo.

Pero no hay que perder la esperanza; tal vez el futuro nos traiga una solución para evitar estas cosas ahora que la tecnología nos brinda nuevos caminos de aprendizaje, como puedan ser las experiencias inmersivas del Metaverso o la Inteligencia Artificial.

Estamos probablemente a las puertas de un cambio de paradigma que posiblemente aún no hemos llegado ni a imaginar sus posibilidades. Tal vez muy pronto nos podamos sentar al lado de Pitágoras y que sea él quien nos enseñe su teorema en un escenario virtual rodeados de ejemplos prácticos y vivencias que lo hagan más divertido y fácil de comprender.

O quien sabe…, a lo mejor gracias a la inteligencia artificial y a la realidad virtual, a un líder irresponsable que hoy esté dispuesto a enfrentar a los ciudadanos entre sí por cuestiones ideológicas o a bombardear con misiles el centro de una ciudad con el argumento de que el pueblo le ha autorizado para ello con sus votos, se le pueda obligar a vivir antes las consecuencias de esas decisiones en otro escenario virtual, para que así las entienda mejor antes de tomarlas.

Tal vez esa sería una buena manera de que ese líder o cualquier otro idiota al que se le haya dado poder sobre los demás, conozca la dimensión real de su propia ignorancia, por mucho que tenga un doctorado en Harvard o sea jaleado por cientos de miles de votantes igual de ignorantes que él.

Miguel Ángel Beltrán


Descubre más desde MIGUEL ÁNGEL BELTRÁN

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.