7 de mayo de 2024
Moise Michael Angelo, central sculpture

El libro del Éxodo cuenta como hace 3.200 años, el sacerdote Jetro, que era suegro de Moisés, sugirió a éste que aceptara enseñar la ley a otros para poder nombrar jueces menores en los que delegar parte de su poder y así descansar de la tarea de dirimir los pleitos.

Cuando Moisés liberó al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto por orden de Dios y en su nombre, se tuvo que enfrentar después a la enorme responsabilidad de liderar a un gran número de personas, lo cual significaba también el tomar decisiones que les afectaban, hacer que se cumplieran las leyes y aplicar justicia. Por supuesto, Moisés se puso en ello cada día desde la mañana hasta la tarde.

Jetro era muy respetuoso con los designios de su Dios y no quería ofender a Moisés, pero su capacidad de observación y sabiduría le hacían ver cosas que Moisés no podía ver, por lo que se dirigió a él diciéndole…

¿Qué es esto que haces con tu pueblo? ¿Por qué estoy viendo que te sientas solo frente a él, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?

Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes.

Pero Jetro, que podía ver como el liderazgo de Moisés no podía afrontarse solo y que si seguía por ese camino su labor sería deficiente y acabaría por fracasar, le planteó una forma distinta de ejercer ese liderazgo; debería apoyarse en otros para asegurar el correcto desarrollo del trabajo a hacer, el cumplimiento de las leyes y la aplicación correcta de la justicia.

Le dijo… Escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo.

Moisés aceptó con humildad sus palabras y comenzó a poner en práctica los sabios consejos de su suegro, estableciendo un sistema de cortes según le había sugerido y basado en la delegación efectiva.

En ese sistema, unos tendrían una mayor posición que otros para administrar los diferentes asuntos en función de sus capacidades y habilidades. Pero, aun así, Moisés siempre honraría de la misma manera el fiel servicio tanto de los jefes sobre diez como el de los que servirían como jefes sobre mil.

Moisés les dio a hombres capaces enseñanzas, responsabilidad y una oportunidad de servir al pueblo de manera significativa y provechosa. A medida que iban adquiriendo más conocimientos y habilidades, más asuntos eran capaces de resolver por sí mismos.

Moisés había entendido que el delegar no significa abandonar responsabilidades y dejarlas en manos de otros; ya que, aun aplicando su sistema, Moisés debería supervisar y estar al frente de esos nuevos líderes, guiándolos para que a su vez ellos puedan enseñar a otros y conseguir así que el desarrollo se extienda y todo el pueblo crezca.

A medida que el sistema se consolidaba, Moisés se iba viendo más liberado de cuestiones y tareas menores, con lo que podía enfocarse en las cosas más importantes o en las que no podía delegar a los demás. Ahora, podría disfrutar más de su vida y su contribución sería más beneficiosa que antes para el pueblo. Moisés siempre honró a Jetro y su sabiduría, lo que le permitió llevar a su pueblo al destino prometido.

Esta historia sirve de ejemplo sobre lo importante que es el tomar en cuenta los consejos de personas experimentadas y sabias ante cualquier reto que debamos afrontar.

La toma de decisiones eficaces y el buen liderazgo requiere atender los consejos de otros, ¿por qué no?. Por el contrario, en esta sociedad tan saturada de amor propio, los que asumen una cierta posición o pretenden alcanzarla pocas veces se muestran dispuestos a acudir al consejo de personas con experiencia y aceptar ese hecho como algo de lo que pueden aprender y mejorar.

Parece que el llevar en tu tarjeta una inscripción que describe una responsabilidad al frente de otras personas te acredita capaz de superar por ti mismo cualquier situación que se te presente, por lo que no hace falta que algún senior venga a poner en duda tus capacidades con consejos y sugerencias que no necesitas.

Si quieres aprender a tomar decisiones correctas, aprende antes a pedir consejo desde la humildad. Recibir orientación y asesoramiento no es ceder ni reconocer una debilidad, es simplemente aprovechar cualquier fuente de conocimiento para aprender.

De la misma manera y al igual que se planteaba en el sistema de Moisés, el objetivo final es proyectar el conocimiento y el beneficio que esto aporta al conjunto. Si lideras un equipo, esa es tu función principal.

Los verdaderos líderes son los que se mantienen siempre abiertos al consejo y al análisis, además de compartir sus propios conocimientos para beneficiar el desarrollo de otros y buscar juntos soluciones eficaces a los problemas.

Esta es otra…, los hay que no aceptan los consejos por orgullo y los hay que no los ofrecen por inseguridad o simple estupidez.

Hay que ir dejando atrás los sesgos y razonamientos egoístas y centrarse en buscar la mejor manera de generar valor, tanto hacia las personas de tu equipo como al conjunto de la organización para la que trabajes. El resultado que obtengas de ese objetivo acabará volviendo en beneficio para ti también.

Escucha a quien sabe más que tú para aprender y crecer, pero sé generoso al ayudar a los que saben menos que tú y necesitan de tu experiencia, porque dar consejos desde ella es tan importante como el recibirlos de la experiencia de los demás.

Recientemente leí algo sobre el principio de reciprocidad, el cuál describe la tendencia de las personas a devolver algo que hemos recibido de otros. Este principio se basa en tres características fundamentales:

La primera es que la mayoría de las personas no somos capaces de rechazar una petición que nos ha hecho alguien que previamente nos hizo algún favor a nosotros. A lo largo de siglos se han mantenido unos ciertos principios compartidos en la mayoría de las culturas por los que si alguien nos hace un favor, nos sentimos en la obligación moral de devolverlo.

No es que se trate únicamente de un simple intercambio de cromos, tiene que haber una espontaneidad y también la intención de generar un beneficio a la persona que lo recibe para que se produzca la magia

La segunda es que tiene mucho más impacto sobre nosotros si lo que se nos dio era algo personal, con lo que nos sentimos identificados y que percibimos como un acto desinteresado que solo pretende aportarnos un bien, ya que nos hace sentir agradecidos incluso cuando devolvemos el favor.

Cuando alguien nos ayuda desinteresadamente eso produce un impacto emocional que se queda ahí, como una deuda moral pendiente. Cuanto más profundo es ese impacto, mayor es nuestro deseo de devolver el favor.

Y la tercera es que el principio de reciprocidad no es proporcional. Es decir, a cambio de una aportación que recibes no debes establecer el tamaño de lo que devuelves. Esto debería ser tal cual, aunque en la realidad solemos medir y pesar con cuidado lo que damos para no superar en exceso lo que habíamos recibido.

Mal asunto si con tanta preocupación por no pasarnos de generosos acabamos por dar la sensación de que nuestra reciprocidad es insuficiente con respecto a lo que se nos dio, ya que generará un efecto muy negativo en quien lo recibe.

Esta descripción del principio de reciprocidad es probable que te resulte familiar, ya que es muy utilizada en el marketing y en la publicidad. En estos ámbitos. La aplicación de estos principios busca el establecer un vínculo emocional con el cliente ofreciéndole algún regalo o beneficio especial para conseguir su fidelidad; o dicho de otro modo, obtener su reciprocidad cuando deba comprar otra vez y te prefiera a ti porque le diste un valor adicional con tu propuesta.

Si traslado las reglas de ese principio al ámbito del liderazgo, se me ocurre que cada vez que brindas asesoramiento o consejo a otras personas para ayudarlas en su desarrollo personal y en sus capacidades individuales, estás estableciendo también un vínculo con ella que más adelante podrá regresar a ti de forma recíproca como un valor apreciable.

En definitiva, el establecer esta forma de actuar en tu posición de liderazgo solo puede aportar cosas positivas en conjunto. Pero no todo consiste en pedir o en dar consejos. Las personas somos complejas y tenemos tendencia a preferir nuestras opiniones y si nos cuesta escuchar las de los demás, mucho más nos cuesta el aceptarlas independientemente de lo razonadas y provechosas que puedan parecer.

En el arte de liderar a otros se requiere aplicar empatía, moderación, diplomacia y mucha, mucha paciencia, porque todo se puede ir al traste en cualquier momento por malentendidos, decisiones equivocadas o deterioro de la confianza.

Pero, volviendo a lo de aprender a escuchar para aprender…

Tal como le pasó a Moisés, el hecho de que se te haya dado una autoridad sobre otros ya sea por parte de un poder celestial o por un consejo de administración, no significa que tengas la capacidad de no equivocarte en el modo que tienes de aplicarla.

Escuchar a quienes pueden percibir lo que haces mal es un modo inteligente de avanzar en tus capacidades y sacarle un mayor rendimiento a tu labor. Hay un refrán que dice: quien no escucha consejo no llega a viejo.

Créeme, ahora que estoy encaminando el final de mi etapa profesional más intensa y voy preparándome para un recorrido algo más suave, como el que finalmente alcanzó Moisés después de soltar lastre, me doy cuenta de que la mayoría de las metas que deseaba alcanzar, solo eran para satisfacer mi ambición o ego personal. Es entonces cuando entiendes que la principal responsabilidad que tenías era la de aprender todo lo posible, compartir el conocimiento y contribuir a generar valor para el conjunto.

Ahora miras atrás y ves que ese mismo error estaba presente en una buena parte de las personas con las que has compartido esa trayectoria. Hace falta ser idiotas…

La idiotez tiene orígenes diversos, puede venir del orgullo, de la vanidad, del miedo o del prejuicio, características que entiendo son comunes en el ser humano por naturaleza, la diferencia está en que unos aprenden a administrarla mejor que otros.

Hay quienes alcanzan un cierto grado de idiotez con los años debido a cuestiones ambientales, a otros simplemente se les queda pegada como quien pisa un montón de excrementos y, a partir de ahí, ya no se sacan el olor de encima hasta acabar siendo parte de su personalidad. Pero lo que está claro es que la mayoría de los idiotas no lo son de nacimiento, sino que son el resultado de un largo y continuado esfuerzo personal para llegar a serlo.

Hasta aquí este nuevo episodio de La Guarida de Lycon. Te invito a seguir este podcast y a apoyarlo con tus cometarios y valoraciones. Puedes suscribirte para recibir un aviso cuando comparta el siguiente, que será muy pronto.

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